LA ÚLTIMA VOLUNTAD DEL SEÑOR DESDE LA CRUZ
“Despreciado por los hombres y marginado, hombre de dolores y
familiarizado con el sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve
la cara, no contaba para nada y no hemos hecho caso de él. Sin embargo, eran
nuestras dolencias las que él llevaba, eran nuestros dolores los que le
pesaban. Nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado, y eran
nuestras faltas por las que era destruido nuestros pecados, por los que era
aplastado. El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos
sido sanados. Todos andábamos como ovejas errantes, cada cual seguía su propio
camino, y Yavé descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue maltratado y
él se humilló y no dijo nada, fue llevado cual cordero al matadero, como una oveja
que permanece muda cuando la esquilan. Fue detenido, enjuiciado y eliminado ¿y
quién ha pensado en su suerte? Pues ha sido arrancado del mundo de los vivos y
herido de muerte por los crímenes de su pueblo. Fue sepultado junto a los
malhechores y su tumba quedó junto a los ricos, a pesar de que nunca cometió
una violencia ni nunca salió una mentira de su boca” (Is 53.3-9).
Uno de los pasajes bíblicos más leídos en la Semana Santa es, obviamente,
el relato de la crucifixión. Recordamos los sufrimientos de Jesús -su pasión-,
celebramos su victoria sobre el pecado -nuestra salvación-, y todo ello nos
mueve a la adoración. Así cantamos, emocionados y llenos de gratitud, «La
cruz sangrienta al contemplar», «Cabeza ensangrentada» y
otro himnos de gran riqueza espiritual y teológica.
Durante las horas que estuvo clavado en la cruz, el Señor exclamó siete
frases memorables que se han venido en llamar «Las Siete Palabras». Fueron sus
últimas palabras. Con estas breves frases Jesús pronuncia el mensaje más
profundo que se haya predicado jamás, una verdadera síntesis del Evangelio.
Allí encontramos resumido lo más extraordinario del carácter de nuestro Señor y
del plan divino para con el ser humano. El «Sermón de las Siete
Palabras» ha inspirado innumerables predicaciones y escritos a lo
largo de los siglos. J.S. Bach recoge en su emocionante Pasión según
San Mateo el espíritu inigualable de este texto bíblico. También J. Haydn
en el siglo XVIII compuso, por encargo, una obra muy apreciada sobre Las
Siete Palabras en la que pone música a este memorable pasaje.
En esta reflexión al filo de la Semana Santa quiero compartir sólo un
aspecto de «Las Siete Palabras» que, cuando lo descubrí, me impresionó y dejó
en mí una huella indeleble. Se trata por supuesto de su contenido, pero en
especial del orden en que Jesús pronuncia estas frases; a simple vista parece
algo casual, pero un análisis detallado nos muestra cómo este orden es
profundamente significativo porque refleja las prioridades del Señor y es un
reflejo formidable de su carácter y de su corazón pastoral. Para mí, es en la
cruz donde la belleza del carácter de Cristo alcanza su máximo esplendor. En
la hora de la mayor oscuridad, sus palabras brillan como oro refulgente. Profundizar
en estas «Siete Palabras» de Jesús me ha ayudado a amarle más a él y ha
moldeado mi acercamiento hacia las personas, en especial las que sufren, a lo
largo de mi vida.
El corazón pastoral de Jesús en la cruz
La sensibilidad de Jesús hacia su prójimo, su amor y preocupación por los
que estaban a su lado, alcanzan en estas frases un clímax apoteósico. Lo más
natural en las horas previas a una muerte por condena es que la persona se
concentre en sí misma, en sus pensamientos y emociones, alejándose de su
entorno en un proceso de ensimismamiento tan lógico como comprensible. Incluso
cuando esta muerte es por enfermedad, todos entendemos que el centro no son los
demás, los que le acompañan, sino aquel que está a punto de partir. En la cruz
ocurre exactamente lo contrario: Jesús se olvida de sí mismo y de sus
necesidades (que expresará más tarde) y se concentra en los que están con él,
no importa que sean sus enemigos -los que le estaban torturando- , unos simples
desconocidos -los malhechores- o un ser tan amado como su madre. Para todos
tiene las palabras justas que necesitaban. A cada uno de ellos el Señor le
habla conforme a su necesidad tal como se profetizó 400 años antes: «El Señor
me dio lengua de sabios para saber hablar palabras...» (Is. 50:4).
Nunca nadie ha tenido una demostración tan grande de amor en la hora de
la muerte, un corazón pastoral tan genuino. Pero el Buen Pastor (Jn. 10:7-21), el
Príncipe de los Pastores (1 P. 5:4) murió
pastoreando. Las palabras de Jesús en la cruz contienen como un tesoro
comprimido la esencia del carácter divino y del Evangelio: su profundo amor
hacia todos sin excepción, su sensibilidad exquisita hacia los que sufren, su
sabiduría para hablar a cada uno según su necesidad. En las tres primeras
frases -«palabras»- Jesús muestra una preocupación intensa por los que estaban
cerca de él, todos aquellos que en aquella hora de angustia y dolor supremo
eran su prójimo. A cada uno de ellos le da la palabra que más necesitaba:
PRIMERA PALABRA
“PADRE, PERDÓNALOS, PORQUE NO
SABEN LO QUE HACEN”
En medio de este suplicio y
dolor, Jesús dice unas palabras impresionantes que sorprenden a todos, ya que
nadie las esperaba: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”
(Lc.23,33-34).
Jesús podría haberlos aniquilado y destruido, ya que tenía poder y fuerza para ello. Pero no lo hace porque ha venido no para destruir sino para salvar a todos. Jesús podría haberlos confundido con un prodigio o un portento. Pero no lo hace porque no quiere ser aceptado por la fuerza y el dominio, sino por el amor y la entrega. Jesús invoca la misericordia de su Padre para aquellos que lo acababan de crucificar....
Jesús podría haberlos aniquilado y destruido, ya que tenía poder y fuerza para ello. Pero no lo hace porque ha venido no para destruir sino para salvar a todos. Jesús podría haberlos confundido con un prodigio o un portento. Pero no lo hace porque no quiere ser aceptado por la fuerza y el dominio, sino por el amor y la entrega. Jesús invoca la misericordia de su Padre para aquellos que lo acababan de crucificar....
El Nuevo Testamento representa la
culminación del perdón de Dios. Jesucristo “librará al pueblo de sus pecados”
(Mt.1,21). Esa era la misión del Mesías (Sal.130,8). Y a eso vino, “a llamar a
los pecadores” (Mc.2,17). Jesucristo es el “Siervo” doliente de Yahvé,
traspasado por nuestros pecados, machacado por nuestras iniquidades, herido de
muerte por nuestros delitos (Is.53,1-11). Fue clavado en la cruz “y murió por
nuestros pecados” (ICort.15,13). Por eso, no es de extrañar que el Señor Jesús
invoque la misericordia del Padre para que perdone a los que acaban de
crucificarlo.
Nos quedamos sobrecogidos cuando
volvemos a escuchar las palabras que Jesús dirige al Padre a favor de los que
le acaban de crucificar. Nos quedamos desbordados por este gesto de Jesús.
¡Cuánto tenemos que aprender nosotros a quienes nos cuesta tanto perdonar,
comprender, disculpar, olvidar...! Todo ser humano necesita el perdón; necesita
ser perdonado. Tú y yo también necesitamos ser perdonados profundamente.
Necesitamos el perdón de Dios; ese perdón que llega y alcanza lo más hondo de
nuestra conciencia. Necesitamos ese perdón que nos da alegría y gozo, esperanza
y paz. Necesitamos escuchar la voz de Dios que nos dice: “vete en paz; tus
pecados son perdonados” (Jn.8,11). Necesitamos el perdón de Dios que nos llega
a través del sacramento de la Penitencia.
Al pedir perdón para nosotros,
Cristo nos invita y nos urge a perdonar a quien nos haya ofendido. Como Cristo
perdona a los que lo han crucificado, nosotros debemos perdonar. No se trata de
que nosotros perdonemos para que Él nos perdone; es al revés: puesto que Dios
nos ha perdonado, nosotros debemos perdonar; “del mismo modo que el Señor os
perdona, así también vosotros debéis perdonaros” (Col.3,13).Dios perdona para
que nosotros perdonemos. “La regla es que imitemos nosotros a Dios y no Dios a
nosotros, cuando perdonamos”. La medida del perdón es también Dios que perdona
todo y siempre, pecados graves y pecados leves, y lo hace hasta setenta veces
siete.
Por todo ello, hemos de recordar
siempre que: Somos llamados a perdonar en las familias
Somos llamados a perdonarnos en el matrimonio. Somos llamados a perdonar en las
relaciones sociales Somos llamados a perdonar en el día a día, en todo momento. Con frecuencia reclamamos para
nosotros el perdón de aquellos a quienes hemos ofendido por nuestra debilidad,
por nuestras culpa....A veces incluso exigimos una reparación pública...
¿Estamos dispuestos a perdonar a los demás? ¿Estamos dispuestos a perdonar sin ser perdonados? Que la puesta del sol no caiga sobre vuestro enojo. Que podamos rezar con verdad: “perdona nuestros pecados como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
SEGUNDA PALABRA
“HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL
PARAÍSO”
Uno de los que habían sido
crucificados con Cristo, falto de arrepentimiento por sus crímenes, se suma a
la burla y a la blasfemia de unos y de otros que están allí, e insulta a Jesús:
“¿no eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros! Haz el milagro si eres
Dios. Este hombre se ha quedado con su oscuridad y con sus tiniebla. Con todo,
dejemos el juicio en manos de Dios.
En cambio, el otro le respondió diciendo: “¿Es que no temes a Dios tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho” (Lc.23,39-43) . Este hombre no mide a Jesús según sus criterios. No le dice cómo tiene que actuar. Sólo confía en Jesucristo. Por eso le dirige una petición: “acuérdate de mí, cuando vayas a tu Reino”. Este hombre aún conserva su dignidad y es capaz de escuchar el grito insobornable de su conciencia que pone ante sí sus pecados. Se confiesa pecador y necesitado de perdón y de misericordia.
En cambio, el otro le respondió diciendo: “¿Es que no temes a Dios tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho” (Lc.23,39-43) . Este hombre no mide a Jesús según sus criterios. No le dice cómo tiene que actuar. Sólo confía en Jesucristo. Por eso le dirige una petición: “acuérdate de mí, cuando vayas a tu Reino”. Este hombre aún conserva su dignidad y es capaz de escuchar el grito insobornable de su conciencia que pone ante sí sus pecados. Se confiesa pecador y necesitado de perdón y de misericordia.
La respuesta de Jesús no se hace
esperar. Aquel hombre crucificado escucha las palabras más importantes de su
vida. Jesús le dice: “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Jesús se muestra
compasivo, rico en piedad, misericordioso. Jesús se deja ganar por un corazón
pobre y humilde. Desde la cruz, Jesús abre el camino al cielo a este hombre
pecador arrepentido, que muere en paz pues sabe que Jesús le ha perdonado.
Un día nos encontraremos cada uno
de nosotros al borde de la muerte. En ese momento tan importante y tan decisivo
para nuestra vida presente y venidera no hemos de replegarnos sobre nosotros
mismos. Es el momento de la verdad profunda de nosotros mismos y de nuestras
existencias. Es el momento en el que tenemos que presentarnos ante Jesucristo,
juez de la humanidad.
Supliquemos al Señor que no nos trate como merecen nuestros pecados, sino que nos acoja en su infinita misericordia y nos conduzca a su Reino. Pongamos nuestra entera confianza en la misericordia infinita y entrañable del Señor. Sabemos que quien se fía del Señor nunca será confundido. Quien espera en el Señor nunca se perderá. Sabemos que quien vive y muere a la sombra de la Cruz de Jesucristo, despertará en el regazo del Padre para toda la eternidad. Dios escucha, acoge y perdona a todo aquel que lo invoca con humilde y sincero corazón.
Supliquemos al Señor que no nos trate como merecen nuestros pecados, sino que nos acoja en su infinita misericordia y nos conduzca a su Reino. Pongamos nuestra entera confianza en la misericordia infinita y entrañable del Señor. Sabemos que quien se fía del Señor nunca será confundido. Quien espera en el Señor nunca se perderá. Sabemos que quien vive y muere a la sombra de la Cruz de Jesucristo, despertará en el regazo del Padre para toda la eternidad. Dios escucha, acoge y perdona a todo aquel que lo invoca con humilde y sincero corazón.
Sabemos que hay perdón para
nuestros pecados, para todos nuestros pecados porque la misericordia de Dios es
infinita. Abramos nuestra alma a la gracia salvadora de Dios que todo lo redime
y todo lo perdona. Sabemos que no tenemos ciudad
permanente aquí, sino que buscamos otra, la del cielo. Con la Iglesia
confesamos: “creo en la resurrección de los muertos y en la Vida eterna”.
Señor, tómanos y llévanos contigo a la Casa del Padre.
TERCERA PALABRA
“MUJER, HE AHÍ A TU HIJO.
JUAN, HE AHÍ A TU MADRE”
Junto a la cruz de Jesús estaba
su Madre María que “mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en
donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió vehementemente
con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo
con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma” (LG 58). María estaba de pie, junto a la
cruz de su amado Hijo Jesús, inocente y santo. Sostenida y ayudada por Juan, el
discípulo amado de su Hijo, soporta el dolor de la madre herida por su Hijo que
está al borde de la muerte en la cruz. María llora en silencio. María medita en
su corazón las palabras que un día, ya lejano, le dijera Simeón en el Templo
cuando ofrecía al Padre a su propio Hijo: “una espada atravesará tu alma”.
María recuerda también aquellas
palabras que un día, ya lejano, ella misma había dicho al Ángel en la
Anunciación: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. En
estos momentos se está cumpliendo el designio de Dios sobre su Hijo y sobre
ella misma. María consiente con fe y amor. Ella es la celebrante misteriosa de
un misterio que Ella vive en el silencio y adoración.Jesús está llegando a su fin. Se
mantiene en obediencia perfecta al Padre y en servicio sacrificial a favor de
la humanidad. Antes de morir, Jesús nos quiere hacer un regalo inesperado.
Pero ¿le queda algo todavía a Jesús?
Nos había regalado su palabra y
su perdón; nos había regalado la Eucaristía; nos estaba entregando su
vida...Parecía que ya no le quedaba nada.... Pero sí; le quedaba algo. Mejor
dicho, le quedaba alguien a quien Jesús amaba profundamente: su bendita Madre;
y quería darnos también a su Madre. Nos amaba con un amor desmedido, sin
medida....que le llevó hasta regalarnos a su propia Madre para que fuera nuestra
Madre. “En el momento de su muerte, que es también la hora de la salvación,
Jesús propone al discípulo Juan considerar a María, la “mujer”, símbolo de la
Iglesia, como su madre, como uno de sus bienes espirituales: la madre de Jesús
es acogida por el Discípulo en un espacio interior que estaba constituido para
él por su relación con Jesús; Juan la acoge como su madre, en la fe” (I.de la
Potterie).
Jesús nos confió al cuidado y
solicitud maternales de su Madre. Juan Pablo II afirma que “la Madre de Cristo...es
entregada al hombre -a cada uno y a todos- como madre. Este hombre junto a la
cruz es Juan, “el discípulo que Él amaba. Pero no está él solo. Siguiendo la
tradición, el Concilio (LG 48 y 53) no duda en llamar a María “Madre de Cristo,
madre de los hombres”. Pues está “unida en la estirpe de Adán con todos los
hombres...; más aún es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber
cooperando con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles” (RM 23).
María vela por nosotros; con su
amor materno cuida de los hermanos de su
Hijo que todavía peregrinamos por este
mundo hacia la Casa del Padre y nos encontramos tantas veces en peligros y
ansiedades hasta que lleguemos por la misericordia de Dios a la patria
bienaventurada. María es Madre de la Iglesia, y por eso la Iglesia entera acude con confianza a
María y le pide su ayuda para realizar la misión que su Hijo le ha confiado.
“Ruega por nosotros, amorosa Madre”.
Permitirnos, santa María, unir a tu dolor de madre el dolor de tantas madres del mundo que lloran desconsoladas la muerte de sus hijos víctimas de la droga, del hambre, de la guerra, de la violencia..
Permitenos, santa María, unir a tu dolor de madre el dolor de tantas madres que lloran apenadas la muerte de sus hijos víctimas de accidentes, de maldades.... Permítenos, santa María, acompañarte para aliviar tu dolor, para secar tus lágrimas, para estar a tu lado en esa tarde del primer Viernes Santo de la historia... Acojamos a María en nosotros, en nuestro corazón, en nuestra vida....como hizo Juan. De este modo, se hará realidad en nosotros la exhortación de Juan Pablo II: “en la vida de todo cristiano debe haber una dimensión mariana”. María recorre con nosotros el camino de nuestra vida. ¡Santa María!, ven con nosotros a caminar...
CUARTA PALABRA
“DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ
ME HAS ABANDONADO ?
Hemos de excluir cualquier
interpretación que afirmara que el Padre desamparó y abandonó a su propio Hijo
en la cruz. Jesús nunca dejó de existir en el Padre, ni el Padre en Él. Su voz
y su grito, por tanto, no son una protesta, una queja, una rebelión.
Las palabras de Jesús son las
primeras palabras de un salmo-lamentación que concluye con una acción de
gracias a Dios. Por eso es necesaria interpretarlas en el con junto de este
salmo que, en última instancia, es un canto de esperanza dentro del dolor y la persecución.
Las palabras de Jesús no eran
blasfemas, sino expresión del sufrimiento del justo como experiencia de
abandono de Dios. Las palabras de Jesús manifiestan su angustia profunda pero
reflejan también su oración confiada. El que ora no rechaza a Dios, sino que
deja que Dios sea Dios en él; él ora, cumple la voluntad de Dios. Jesús se pone
en las manos de Dios, su Padre, y acepta sus designios para Él. Su muerte no era un fracaso.
Jesús era el siervo que carga con los pecados y los crímenes de los pecadores y
da su vida en rescate por al multitud. Su muerte tuvo sentido ya que era la
entrega amorosa y total de sí mismo por la multitud como bien lo exponen los
relatos de la institución de la Eucaristía.
Ni la desesperación, ni la
rebelión contra Dios, ni la protesta airada hacen mella en la conciencia de
Jesús. En efecto, Jesús sigue dialogando con Dios su Padre; sigue hablando a
Dios su Padre; sigue dirigiéndose a Él; sigue confiándose a Él. Jesús sabe que
su Padre le responderá a su tiempo y en su momento. Por eso, Jesucristo no fue
derrotado, ni acabó en un fracaso total, ni sucumbió a la desesperación. En
medio del dolor, Jesús espera en el Padre.
Es verdad que Cristo pasó por la
cruz y por la muerte. Pero no terminó todo ahí. Hubo para Jesús una mañana de
luz y de vida: la resurrección. A Jesús le esperaba la vida divina que sólo
Dios conoce. El Padre acreditó a Jesús.También nosotros hemos de pasar
algún día por el sufrimiento y la muerte.
Hagamos nuestra la experiencia de
Jesús. Pongámonos en las manos de Dios y no nos apartemos jamás de él. Aunque
no veamos con claridad todas las cosas; aunque no dominemos nuestro
futuro...confiemos en Dios que no abandona nunca y siempre llega a
punto.....Con el salmo oremos: “el Señor es mi Pastor, nada me falta....Aunque
pase por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo; tu vara y tu cayado
me sosiegan”.
QUINTA PALABRA
“TENGO SED
J Jesús
está sediento. No
es extraño que Jesús sienta sed; tenga una sed inmensa que abrasaría sus
entrañas... Jn.19,28-29)
San Marcos (15,23) nos informa de la costumbre humanitaria de los soldados de dar a los que han sido crucificados “vino mezclado con mirra”, para aliviarles el dolor. A Jesús se lo ofrecieron, pero no lo aceptó, ya que quería conservar la plena lucidez en la hora oscura y dolorosa que está viviendo.
San Mateo (27,34) recuerda el
salmo 69: “veneno me han dado por comida, en mi sed me han abrevado con
vinagre” (v.22) y ve cumplida la Escritura en el gesto de los soldados que
mezclan el vino con hiel. Jesús ya no puede rechazar el vinagre y deja que el
hisopo enjugue su boca lastimada y sus labios resecos. Pero hay más, toda la
amargura del mundo toca los labios de Jesús. Mas la sed de Cristo no la puede
ni apagar ni colmar más que su Padre ya que solamente Él puede reconocer su
obediencia sacrificial y acoger su muerte como pacificación del mundo. Jesús
tiene sed de Dios y de la fe de los hijos de Dios. La fe de aquellos que le
miran y la fe de aquellos que un día creerán en Él por la palabra de sus
discípulos (cf. Jn.20,29).
B) La sed de Jesús es más profunda que la sed física.
B) La sed de Jesús es más profunda que la sed física.
Jesús tiene sed, como tierra
reseca, de la fe y del amor de la humanidad por la que está entregando su vida
hasta el final. Jesús tiene sed de ti y de mí. Jesús tiene sed de tantos
jóvenes que con tanto afán e ilusión se abren a la vida. Buscad a Cristo.
Dirigid vuestros pasos a Cristo y saciaréis para siempre vuestra sed de verdad
y de amor, de esperanza y de vida, de paz y felicidad.
C) Jesús es la fuente de agua
viva
Jesús ha venido a este mundo para
que nadie perezca de sed. Él es la fuente de agua viva que salta hasta la vida
eterna. “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la
Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva” (Jn.7,37).
¿En qué consiste esta agua?, nos
preguntamos. La respuesta nos la da el propio evangelista Juan: “Jesús hablaba
del Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él” (Jn.7,39). Acerquémonos
a esta fuente y bebamos de balde. Jesús quiere que no seamos tierra árida que
no da frutos de vida y de santidad, de paz y de amor, de justicia y de
libertad... Jesús quiere saciar la sed de tantos seres humanos. A todos nos
llama y nos invita a que busquemos las corrientes de agua viva y a que no
acudamos a cisternas de aguas corrompidas.... Recordemos las palabras de Jesús
a la mujer samaritana: ”Si conocieras el don de Dios, me pedirías que te diese
de beber de esa fuente que salta hasta la vida eterna”. Esa fuente es el
costado abierto por la lanza del soldado. De esa fuente mana y brota el agua
viva.
Quien tenga sed de amor, que
venga a esta fuente y beba. Quien tenga sed de sabiduría, que venga a esta
fuente y beba Quien tenga sed de santidad, que venga a esta fuente y beba. Quien
tenga sed de felicidad, que venga a esta fuente y beba. Quien tenga sed de
alegría, que venga a esta fuente y beba. Jesús es el Buen Pastor que conduce y
guía a sus ovejas hacia fuentes de agua viva. Dejémonos guiar por Cristo a las
fuentes de agua viva.
SEXTA PALABRA
“TODO ESTÁ CUMPLIDO”
Todo se ha consumado. Jesús ha
corrido su carrera; ha cumplido su misión; ha guardado todo lo que el Padre le
había encomendado. Ha realizado fielmente el designio y la obra del Padre.
Ahora llegó el momento final. Ahora tendrá lugar su Pascua, es decir, su vuelta a la casa del Padre de donde salió para conducir a los hombres hasta ella. Es verdad que “esta vuelta a la Casa de donde salió” tiene un camino peculiar. Cristo ha de adentrarse por los caminos de la pasión y de la cruz; Cristo ha de pasar por el desfiladero angosto y doloroso de la Pasión para llegar a la Casa del Padre, en la que “nos preparará un sitio, porque quiere que donde está Él, estemos también nosotros un día”. Por eso, te pedimos, Señor, que no te vayas sin nosotros; que no nos dejes abandonados en la cuneta de la historia. Queremos estar contigo siempre y para toda la eternidad. No te olvides de nosotros, Señor. Te queremos mucho, con todo nuestro corazón. Tú lo sabes, Señor
Ahora llegó el momento final. Ahora tendrá lugar su Pascua, es decir, su vuelta a la casa del Padre de donde salió para conducir a los hombres hasta ella. Es verdad que “esta vuelta a la Casa de donde salió” tiene un camino peculiar. Cristo ha de adentrarse por los caminos de la pasión y de la cruz; Cristo ha de pasar por el desfiladero angosto y doloroso de la Pasión para llegar a la Casa del Padre, en la que “nos preparará un sitio, porque quiere que donde está Él, estemos también nosotros un día”. Por eso, te pedimos, Señor, que no te vayas sin nosotros; que no nos dejes abandonados en la cuneta de la historia. Queremos estar contigo siempre y para toda la eternidad. No te olvides de nosotros, Señor. Te queremos mucho, con todo nuestro corazón. Tú lo sabes, Señor
Todo está cumplido, dice Jesús
suspendido de la cruz. Quedaba aún una cosa. Escuchemos este relato de Juan:
“como era el día de la Preparación para que no quedasen los cuerpos en la cruz
el sábado -porque aquel sábado era muy solemne-, los judíos rogaron a Pilato
que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y
quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con Él. Pero al llegar
a Jesús, como le hallaron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno
de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre
y agua...y él sabe que dice verdad” (Jn.19,31-35).
Esto es lo que faltaba. Del
costado de Cristo, nuevo Adán, dormido en el árbol de la cruz nació la Iglesia
y, con ella los sacramentos de la vida: la Eucaristía y el Bautismo. Muerto
Cristo, nacen la Iglesia y los sacramentos. Cristo muerto en la cruz dejó
abierto el camino al Espíritu Santo.
Se ha cumplido la profecía de Ezequiel: “el agua bajaba del lado derecho de la Casa, al sur del altar...Por donde quiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva, vivirá” (47,1.9).
Ahora ya tiene todo sentido. Por todos los caminos Cristo ha pasado. Ya no hay callejones sin salida. Ya no hay rutas oscuras y sin sentido. Los caminos del hombre, si coinciden con los caminos de Cristo, desembocarán en el corazón de Dios. Hemos de mirar y entender las cosas desde el designio de Dios que se hizo realidad en Jesucristo. Todo queda iluminado por el Señor.
Se ha cumplido la profecía de Ezequiel: “el agua bajaba del lado derecho de la Casa, al sur del altar...Por donde quiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva, vivirá” (47,1.9).
Ahora ya tiene todo sentido. Por todos los caminos Cristo ha pasado. Ya no hay callejones sin salida. Ya no hay rutas oscuras y sin sentido. Los caminos del hombre, si coinciden con los caminos de Cristo, desembocarán en el corazón de Dios. Hemos de mirar y entender las cosas desde el designio de Dios que se hizo realidad en Jesucristo. Todo queda iluminado por el Señor.
San Pablo lo decía con palabras
muy claras: “Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios”. “Para
los que aman a Dios todo coopera para su bien”
“Nada podrá apartarnos del amor
de Dios revelado en Cristo; ni la vida ni la muerte, ni el dolor ni el
sufrimiento, ni la persecución ni las enfermedades...” (Rm.8, 31-39).
SÉPTIMA PALABRA
“PADRE, EN TUS MANOS
ENCOMIENDO MI ESPÍRITU”
A) Jesús no muere negando a Dios,
ni renegando de sí mismo. Jesús no muere desesperado ni alejado de Dios. Jesús
no muere ni rebelándose contra Dios ni blasfemando contra Él. Jesús no muere
insultando a los que lo han crucificado.
B) Jesús muere confiándose a las
manos de Dios, su Padre.
Jesús ha cumplido la obra que le
encomendó el Padre. Ya puede morir tranquilo y en paz y hacer suyas las
palabras del salmista: “en paz me acuesto y enseguida me duermo, pues sólo tú,
Señor, me asientas en seguro” (Sal.4,9).
Jesús puede dormir y descansar en
paz. En Él se cumplen las palabras del salmista: “su carne descansará segura
porque Dios no lo entregará a la muerte ni dejará a su fiel conocer la corrupción”
(Sal.15,10).
Jesús es dueño de sí hasta el
mismo final de la muerte, “sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus
manos y que había salido de Dios y a Dios volvía” (Jn.13,13), se dispone a
entregar su espíritu en las manos del Padre, a confiarle su vida, su alma, su
ser entero. Al morir Jesús entregando su alma entre las manos del Padre, Jesús
nos muestra que es necesario dejar a Dios ser Dios en nosotros, en nuestras
vidas, en nuestras historias, en nuestras muertes.
Al morir Jesús confiando su persona y su destino final al Padre, nos está mostrando que la muerte no es final del camino para nadie. Más allá de la muerte está Dios que es el Señor de la vida y de la muerte, y que nos espera en el momento de mayor soledad del hombre para liberarnos de la muerte. Nos espera para acogernos y guardarnos para toda la eternidad, si hemos vivido a la sombra de la cruz de su Hijo Jesús, si hemos guardado sus mandamientos.
El Padre de Cristo se nos revela como Padre nuestro que nos abre sus brazos para acogernos, curarnos, salvarnos definitivamente...Sabemos que nos espera una vida eterna y feliz con el Señor y con todos aquellos a quienes quisimos entrañablemente en esta vida.
En el abandono a las manos del Padre se hace realidad el deseo de plenitud del hombre. Contemplemos la muerte de Jesús y la forma cómo muere el mismo Jesús. Nos hará mucho bien. Con esta visión, creo y espero que reciben consuelo nuestros llantos, luz nuestras contradicciones, esperanza nuestras desesperanzas, ánimo nuestros desalientos, perdón nuestros pecados, alegría nuestras tristezas, compromiso nuestras pasividades, solidaridad nuestras insolidaridades, mansedumbre nuestras intolerancias, misericordia nuestras venganzas.
Al morir Jesús confiando su persona y su destino final al Padre, nos está mostrando que la muerte no es final del camino para nadie. Más allá de la muerte está Dios que es el Señor de la vida y de la muerte, y que nos espera en el momento de mayor soledad del hombre para liberarnos de la muerte. Nos espera para acogernos y guardarnos para toda la eternidad, si hemos vivido a la sombra de la cruz de su Hijo Jesús, si hemos guardado sus mandamientos.
El Padre de Cristo se nos revela como Padre nuestro que nos abre sus brazos para acogernos, curarnos, salvarnos definitivamente...Sabemos que nos espera una vida eterna y feliz con el Señor y con todos aquellos a quienes quisimos entrañablemente en esta vida.
En el abandono a las manos del Padre se hace realidad el deseo de plenitud del hombre. Contemplemos la muerte de Jesús y la forma cómo muere el mismo Jesús. Nos hará mucho bien. Con esta visión, creo y espero que reciben consuelo nuestros llantos, luz nuestras contradicciones, esperanza nuestras desesperanzas, ánimo nuestros desalientos, perdón nuestros pecados, alegría nuestras tristezas, compromiso nuestras pasividades, solidaridad nuestras insolidaridades, mansedumbre nuestras intolerancias, misericordia nuestras venganzas.
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